Quiero escribir un poema costumbrista y soez,
pero no soy capaz, así que se lo dejo a los
intrusos.
Me limitaré a picar hielo y preparar algo de
beber,
tiraré de libreta, lanzaré los dados y probaré suerte.
Los acordes emergen de los altavoces y viajan,
pasan por la puerta de los cobardes de traje
y giran por la esquina entre pereza y locura.
¡Oh! Lo he vuelto a hacer, tengo memoria de pez.
No existe tal esquina, y ahora toca caminar,
dejar atrás la ciudad y sonreír mientras nos rige
un patán que colecciona doctrinas desacertadas.