lunes, 19 de mayo de 2014

Irrealidades: Los cuervos se balancean sobre el fino cable…



   
    El sonido de la madera, el crujir de las ramas, el mascullar del viento y los gritos de las viejas brujas.
    Una nube de dimensiones descomunales invade el cielo.

    Dos rayos impactan contra el poste central de la estación. El vagón restaurante tiembla; los cuervos se balancean sobre el fino cable. El suelo oscila.

    La electricidad recorre mi ajado cuerpo y reactiva las neuronas muertas.
   
    Rancias presencias sobrevuelan el terrorífico atentado natural.  Los cuervos claman por la horca imaginaria.

    El silencio se come la realidad; el cable transporta miles de voltios intensos. Azul eléctrico, rayo de la venganza; existe vida en la cloaca.

    No entiendo las razones, pero no pasa nada. Evolución divergente.
   
    La estación está vacía, sin embargo, no sé de qué me extraño. La realidad no es más que un sueño, un mal sueño, una pesadilla vírica.

    Los cuervos son grandes, de ojos negros y brillantes. Hay cientos de ellos, todos vigilantes y lúgubres. Su plumaje brilla, y la sombra convierte sus picos en guadañas. Se mecen de forma lasciva. 
   
    Estoy sentado frente al tren, parezco el habitante fantasma de un andén muerto. No hay nadie, la desesperanza reina. El polvo viaja a través del viento, que parece gemir. Ellos se acunan, estoy en su punto de mira. Siento el desdén de sus impulsos. 








El diario discontinuo del Sr. Humo. IV



Callejón sin salida (sexto día)



Creo que la locura estuvo de juerga conmigo el otro día. Estoy absorbido por la locura. La locura lo cura todo. No me parece un trauma estar en el paro, es de locos, el trauma son las consecuencias que provoca no tener dinero. El sistema nos necesita más que nosotros a él, se puede sobrevivir. Hay que evitar darle la mano a la ignorancia.
    Una cosa tiene que quedar clara: esto no es un relato convencional, es un diario discontinuo. Hoy hablo de política, mañana cuento una anécdota, y así cada día. El hilo conductor es el mismo: la sociedad, y las trampas del sistema.

*

Por la noche me pierdo mirando en los escaparates, y no es algo nuevo, me pasa de toda la vida. Me dan pena los negocios que usan un cierre metálico, eso significa que por la noche mueren. No es fácil caminar por la calle y ver lo que veo. Me gusta la parte nocturna de la ciudad, es diferente. Me levanto a las cinco y media de la mañana. Me ducho. Preparo un café. Hago de vientre. Saco un cigarro. Me lo fumo. Limpio mi orificio de salida. Dejo la taza en la cocina. Imagino la película francesa más odiosa. Agarro el pomo con un pensamiento único: costumbrismo estúpido. Abro la puerta. La cierro. Suelto una flatulencia, dirigida al sistema más básico: la comunidad de propietarios. Salgo a la calle y me fumo el cigarro. Al soltar el humo me siento libre. Soy el Sr. Humo, y ya no tendré que volver jamás a esta casa, al menos durante unas horas. Busco una cabina de teléfonos. Llamo a un taxi. Espero su llegada y fumo otro cigarro. ¿Dónde voy? Al infierno, el lugar del que procedo.

Fin 

(continuará en un contenedor de basura, pero eso será en el futuro)

jueves, 15 de mayo de 2014

El diario discontinuo del Sr. Humo. III



Fatiga horaria (tercer día).

No sé cómo empezar, tengo tantas cosas que contar, tantos recuerdos, tantas anécdotas. Cada día es un mundo nuevo, un cambio de rumbo, una nueva historia. Se amontonan las ideas, los conceptos, las pretensiones. Es el paso del tiempo, debe ser eso, al menos, así lo veo desde mi trono de porcelana. Los años me han ido moldeando, pero la corriente principal siempre ha sido la misma. Hoy aquí, mañana allí. Es insustancial. El avance es una enorme criba de emociones, desengaños y amistades. Y ahora, en este preciso instante, estoy sentado en ese trono de porcelana, fumando y plasmando ideas en un cuaderno, sonriendo. Tengo muchas cosas que contar, y las escribo, las descifro, las camuflo entre frases superficiales. No voy más allá, no quiero inventar nada, no quiero ser catalogado. Mis pretensiones no existen, simplemente aplaco ciertas voces internas. Escribo para sentirme libre, y lo consigo. Desde el otro lado puedo crear personajes que no tienen miedo, puedo fabricar mundos, construir arquetipos, matar y hacer que dos asesinos se enamoren. Desde el otro lado soy capaz de morir y resucitar. Entro en trance y disparo. Lo hago por mí, soy feliz perdiendo el tiempo, soy feliz siendo un “perdedor”. No busco, encuentro.
*
El otro día leí algo, un comentario: “No me gusta cuando ciertos tipejos, en sus perfiles de las redes sociales, se hacen llamar escritores. Muchos no lo son, y nos quitan peso a los auténticos escritores”. Me llegó al alma esa coletilla, esa rabieta artística. Y me hizo pensar en el universo cibernético, en las nuevas leyendas. Las redes sociales son una irrealidad absurda, una aventura de ciencia ficción. Es cierto que pueden ser muy útiles: se encuentran amistades perdidas, se conoce gente, cuelgas tus fotos, cuentas un poco tu vida, difundes tu obra (si tienes algo que difundir) y te fabricas un personaje. Pero no voy a hablar de las ventajas de las redes, voy a hablar del engaño. Uno no se puede enfadar por un acto libre. Cada persona, o personaje, puede ser lo que quiera allí dentro. La esencia es la que nos define, y nuestra esencia reside en todo nuestro ser, en nuestras cosas. Nada se escapa. La autenticidad prevalece.
*
Cada día retraso más la hora de irme a la cama. Escribo hasta tarde. Después ceno y veo un rato la televisión, a ser posible cine. Al final me acuesto de madrugada, y me encuentro cansado, me pesa el alma. Intento llevar una vida normal, y creo ese es el peso, es una jodida carga. La normalidad apesta, la rutina social es insoportable, un tedio, no dice nada. Todos los días son una réplica exacta (eso venden). Y cuando hay días libres los devoro de forma salvaje. Locura horaria, eso es. Solo quiero sentarme a escribir, pasear, odiar el sistema en paz y harmonía, sin que nadie me haga ver mentiras. Quiero un trozo privado de naturaleza. Quiero tener un pedazo de tierra gigante y alejarme de la ciudad.
    Este diario es el comienzo de una nueva vida. Es la descripción del camino. Voy a hablar de mis verdaderos motivos. Son tantas las cosas que no me gustan que esto se va a parecer a la sinopsis de un melodrama serie B. Pero soy positivo, la senda del perdedor está plagada de momentos de alegría extrema.
*
Siete de la mañana. Caras de resignación. El jefe, sin ganas de conversación, está sentado en su pútrida silla, delante de la pantalla del ordenador. Juega al buscaminas (la incompetencia se viste de gala). Posee un gesto muy normal en estos días, es una cara neutral, se siente culpable por la vida que lleva, y es algo genérico en el mundo actual, sin embargo, eso no justifica ciertos comportamientos. Siempre nos pasa lo mismo: nos miramos y estalla la guerra. Él ocupa un pedacito de trinchera, mi posición es más jodida, no estoy en ningún sitio a la vez, y es por decisión propia, me posicioné en su día y me mantengo firme. Él conoce mi punto de inflexión principal, pero si todo revienta siempre es porque quiero. Tengo el control, y lo he tenido desde el principio. Su naturaleza es vil, cobarde, rastrera. No tiene escrúpulos. Su leyenda negra sobrepasa ciertos límites relacionados con el poder otorgado. Pero conmigo no puede, y lo sabe. No tengo miedo al despido.   

martes, 13 de mayo de 2014

El diario discontinuo del Sr. Humo. II



Palabras vacías.

¿De qué nos sirven las exquisiteces? ¿Para qué? ¿A qué ideales debemos agarrarnos? ¿Habrá vida después de la crisis? ¿Hay vida en el interior de la crisis? ¿Es real el momento actual? No existe nada seguro, o eso venden; se puede elegir, pero el escaso abanico de posibilidades es muy triste, únicamente destacaría la opción del bofetón libertario, y ni siquiera. Es una falsedad demasiado evidente, somos carne de rebajas, máquinas educadas para consumir y alimentar el sistema. Solo nos ofrecen contestaciones ambiguas y baratas, ya no hay confianza, no importan las preguntas. Esto es una pasada, amigos, una feria para cobardes. La sociedad está pasando a un estado involutivo bastante preocupante, al menos así lo veo. Hace falta que los pensadores saquen sus rifles de francotirador, se aposten en las azoteas de los nuevos horizontes  y exterminen a los líderes de la sinrazón (“es una metáfora”). Lanzo una pregunta, y mi respuesta correspondiente: ¿Existe un ideal? No se puede contestar a eso sin insultar a unos cuantos humanos. Hoy en día no se trabaja con unos propósitos firmes, la moral está destruida, los ideales divergentes están encerrados en las librerías del olvido, bajo llave; el imperio de la buena comunidad ha desaparecido, la educación ha cambiado de manos y los niños empiezan a saber más que los adultos. Y lo realmente triste es que hay seres que se alegran de lo que está pasando (monstruos de dos cabezas, en su mayoría), y dan palmas de alegría mientras rebozan sus culos contra elitistas sillas de escritorio robadas. Sí, he dicho robadas, y lo sé, da asco y pena. Es lamentable pensar que una parte de los cimientos está a punto de caer; atroz, se mire por donde se mire. Supongo que a estas alturas del relato no puedo ser exquisito, lo cual, contesta a una de las preguntas iniciales: no me sirve de nada ser exquisito, no puedo serlo, y hablo por mí, que debo morder y masticar carne podrida día tras día (en alguna ocasión me he visto obligado a tragar, pero no importa, conozco los peligros de esta cruel selva de asfalto, hormigón y acero). Sé lo que se puede y no se puede hacer, conozco las reglas básicas ofrecidas, y siguiendo esa línea antagónica que nos venden a punta de pistola, creo que es mejor abandonar el edificio y demolerlo, sinceramente. Empezar de cero. Y no voy a entrar en detalles maquiavélicos, hoy he emprendido el diario de una forma muy cruda, haciendo preguntas que no quiero responder y regalando imágenes destructivas. Debo pasar a otra cosa.

*

Voy a ir a por una cerveza (me gusta echar un trago al atardecer, es un clásico). Acabo de abrirla, es negra y huele un poco a regaliz. Siento el relax, la libertad, las ganas de gritar. La cerveza me transporta a otro mundo, me hace ver otras cosas, y no es por el efecto del alcohol, es por los recuerdos de unión que me trae, son una maravilla. Recuerdo pasajes de Bukowski, el único escritor capaz de darme la dosis necesaria de entendimiento. Viajo a lugares inhóspitos al dejarme arrastrar por la espuma. A la vez que bebo, escucho música y escribo, desaparezco del sistema. Entro en  una especie de trance caótico: viajes a través del humo, los llamo. Soy humo de chimenea, palabra vacía, luciérnaga sin pilas. Lo sé, parecen visiones extrañas, odios anquilosados, éxtasis emocional, sin embargo, se trata de la soledad de una persona con ideales firmes y tolerantes: mi soledad, el destierro deseado. No soy un ciudadano más, me veo distinto, y eso es algo que llevo en la sangre. Soy incapaz de conectar con mis semejantes, están en otra dimensión, lejos de mi infierno interior. Es una pesadilla que se repite año tras año: me intento acercar al grupo, pero por más que lo intento no lo consigo, estoy aislado de forma voluntaria, no pienso como ellos, no actúo como ellos. Es horrible, no estoy en ningún sitio, mi mundo es un vacío. La propia urbe es un enorme vacío, lleno de personas vacías y gritos sordos. Debe ser que no estoy tan solo como creía.  

*

Tengo un amigo que utiliza una metáfora que me encanta: habla de las ratas. Es maravilloso el concepto de las ratas. RATAS. El tipo define así a un determinado grupo de humanos: gente corriente, infiltrados, enemigos silenciosos. Es gratificante su compañía, la mi amigo, no la de las ratas.  Llevo un tiempo sin verle, y me apetece charlar con él, es salvaje, no se esconde detrás de una careta. Echo de menos encontrarme con gente auténtica, y con esto caigo en la misma mierda de siempre. Creo que voy a cerrar el diario.